Por
Jorge Altamira, ex candidato a Presidente del Frente de Izquierda (Partido Obrero).-
La reforma de la carta orgánica del Banco
Central no solamente autoriza el uso de una proporción mayor de las reservas
para pagar la deuda externa, sino que permite contabilizar como tales a los
títulos públicos en dólares en su poder, adquiridos con la emisión de pesos.
Así, el Banco podrá crear reservas ilimitadas, porque le bastará convertir la
emisión de moneda en bonos del Estado nominados en dólares, sin que haya mediado
un solo dólar en el camino
.
Propios y ajenos admiten que se trata de una práctica corriente de
los bancos centrales ‘ortodoxos’. Los activos de esos bancos, creados con la
compra de deuda pública de Estados en default virtual, son naturalmente
ficticios. Entre esos ‘activos’ hay también deuda privada incobrable de bancos
privados y de empresas. En general, la proporción de esos activos ‘basura’ sobre
el oro y las divisas extranjeras en los balances de la banca central es de 80 a
20. La reforma en cuestión ‘eleva’ a Argentina a los países del ‘primer
mundo’.
El interrogante es por qué el gobierno ha demorado tanto tiempo en
‘actualizarse’. La respuesta es que el Estado nacional no tiene los recursos
para pagar la deuda externa y mucho menos la parte de la misma que transfirió a
la Anses, el Central y el Pami, ni para financiar su gestión corriente. El
Estado federal (Nación y provincias) ha vuelto a una situación de quebranto,
como la que ha llevado a esos ‘reputados’ bancos (no incluyen al de China y
muchos otros) a emitir, desde 2007, unos diez billones de dólares. Argentina no
tiene los 15 mil millones de dólares para pagar los vencimientos e intereses de
la deuda exterior, en momentos en que asoma el déficit en cuenta corriente y la
presión de la salida de capitales. Esto explica la reglamentación extrema
impuesta a las importaciones. Estamos ante un recurso último para evitar la
cesación de pagos.
El otro aspecto de la ‘reforma’ es que autoriza una duplicación del
porcentaje del dinero que el BCRA puede ‘adelantar’ al gobierno, en relación con
la recaudación impositiva y la circulación monetaria, para financiar el déficit
del Tesoro. Se calcula un adicional de 50 mil millones de pesos. El balance del
Banco Central se poblará de Letras, papelitos de improbable cobro futuro. Este
financiamiento echará más leña al fuego de una inflación que ya es del 25%. La
‘reforma’ obliga a los bancos a integrar en el Banco Central el efectivo que
tienen sus cajas, con la finalidad de contener el multiplicador de la emisión.
Pretende así emitir menos deuda propia para absorber los ‘excesos’ de la base
monetaria.
Algunos medios oficialistas sostienen que una emisión de moneda a
cambio de papeles o títulos ficticios o de quiebra, no sería inflacionaria, como
lo demostrarían los precios ‘planchados’ en Europa y Estados Unidos. El
argumento supone que la emisión se evapora, ya que no financiaría la producción
(que en Europa y Estados Unidos no crece) ni el aumento de los precios. En
realidad, va a la especulación inmobiliaria, a la de materias primas, a la deuda
pública de los países ‘emergentes’ e incluso a las Bolsas. ¡Por algo sube el
oro! La depresión económica contiene el alza de los precios de los medios de
consumo y de producción, pero no de los activos financieros y del sistema de
crédito y deuda mundiales -el combustible de los estallidos capitalistas. En
Argentina, el impacto es mayor: ha ido, además, a los precios de medios de
consumo y de bienes intermedios y de capital. Las provincias y la Ciudad están
contrayendo deuda en dólares por encima del 10% anual -entre ochocientos y mil
puntos por encima de la de Estados Unidos o Alemania. Es también un medio para
que los inversores saquen capital al exterior.
Marcó del Pont, presidenta del Central, ensayó una justificación: “o
esto o el ajuste”, pero ya estamos aquí, porque los tarifazos e impuestazos son
corrientes. Los K están improvisando una economía reglamentada, para lo cual
carecen de medios y de apoyo. La desaceleración de la economía ya está en
curso.
El combate al ‘ajuste’ es un pretexto. La calificadora Moody’s acaba
de revelar que las empresas argentinas tienen “un elevado riesgo de liquidez” y
una “fuerte dependencia del crédito bancario, sin el cual no podrían cancelar
gran parte de sus compromisos pendientes” (Clarín, 8/3). Alude a un lote de
empresas de primera línea -como YPF, Loma Negra, Aluar o Garbarino, entre otras-
que tienen un nivel de deuda privada “mucho más elevado que el resto de los
países del mundo”. Una parte importante de ella “es en moneda extranjera”. Es,
precisamente, lo que ha ocurrido en el conjunto de la economía mundial, incluida
la humillada Grecia, donde la llamada deuda privada superaba, en las vísperas de
la bancarrota, a la deuda pública. Que los K no contrajeran deuda externa nueva,
no significa que no lo hiciera su burguesía nacional, cuando afuera el interés
es del 1-3 por ciento y en Argentina del 16 al 20 (tasa Lebac). Bajo el “modelo
productivo”, la película de Cavallo y Martínez de Hoz no dejó de rodar. Ahora el
Central necesita las reservas y la emisión para rescatar a capitales privados,
¡como ocurre en el “anarco-capitalismo”! Esta operación de rescate explica la
simpatía con que recibió la reforma un sector de economistas de la oposición, y
que “todos los bloques terminarán tomando puntos del kirchnerismo” (Ambito,
9/3). Hasta el PRO sugirió que el Central debería asegurar “el pleno empleo de
los factores productivos” (ídem), el rescate de los capitales
endeudados.
La crisis capitalista ha producido en todos los países un revivir de
los ‘sentimientos nacionales y estatales’ en materia de moneda y de bancos. Pero
la capacidad del Estado y de los bancos centrales para rescatar al capital sólo
puede ser puntual -no para el capitalismo en su conjunto. Los bancos centrales
agotaron hace tiempo su función histórica: regular la anarquía del crédito
(emisión privada de moneda) y concentrarlo en grandes conglomerados. El capital,
bajo la forma de reclamos electrónicos (mercado de derivados), supera en más de
veinte veces las reservas mundiales netas de los bancos centrales. Estos se han
convertido en el funcionariado de ese capital ficticio. El empeño regulatorio de
los bancos centrales fue barrido por la especulación financiera. Sólo un súbdito
ideológico del capitalismo puede sostener que las crisis pueden ser superadas
con ‘reformas monetarias’ o con una ‘autonomía’ cargada de deuda pública y
privada.
El capitalismo no puede prescindir de bancos centrales,
históricamente agotados, porque sirven para pasar la factura de la crisis a los
asalariados. Para superar esta situación es necesaria una banca única, cuya
función no puede ser ya la de asegurar el valor monetario del capital y la
gestión del crédito a cuenta de la ganancia capitalista, sino que, bajo un
gobierno de trabajadores, la orientación de los recursos, que seguirán siendo
monetarios en una transición, cumpliría con los objetivos económicos de una
planificación obrera y popular.
Es el capital el que ha destruido la moneda, el crédito y los
ahorros, y el que ha precipitado una inutilización gigantesca del patrimonio
social y la desvalorización de la fuerza de trabajo.
Las fuerzas productivas de la humanidad no toleran más el envoltorio
en que las encierra el capitalismo.