martes, 27 de diciembre de 2011

Diez años no es nada

 
Párese en una frase tanguera, una típica reminiscensia argentina o propiamente porteña.
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Quizás no sea nada de eso y todo a la vez, “Diez años no es nada” es un eufemismo perfecto para determinar que la vida es fugaz y como todo tiempo fugaz lo que pasó esta  ahí cerca al alcance del tiempo.
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Como diría Osvaldo Bayer en su prólogo a una edición del cada vez mejor libro de otro Osvaldo pero de apellido Soriano, la novela llamada “cuarteles de invierno”, radiografía rabiosamente testimonial de una sociedad con la dictadura bien adentro de sus costumbres de la vida misma de la sociedad.
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En ese prólogo Bayer le habla a Soriano como si el gordo estuviese vivo, le colocó en una repisa a Fernando De la Rua, casi un Borbón fugando en un helicóptero de la casa misma de la patria, a Kosteky y Santillán acribillados por la policía, los nuevos saqueos, la jueza Servini de Cubría cruzando la histórica  plaza, prácticamente como esquivando cuerpos de los caídos en combate contra la represión instaurada por que sí. De un lado, el heterogéneo grito de que se vayan todos; del otro, los que no se querían ir y se replegaban en lo único que les quedaba, su poder insensato rasgado por su propia crisis.
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Ahí están todos, imágenes congeladas para siempre en el imaginario de los argentinos.
Instantes que se congelan de manera desagradable en el recuerdo de los muertos.
Imagino y sospecho que si Soriano vivera se haría un pic-nic con toda esa catarata de sucesos, quizás armaría otra novela que serviría de crónica perfecta para contar lo sucedido y me arriesgaría a decir que cerraría la implacable saga que arranca en “no habrá más penas ni olvidos”, “cuarteles de invierno” y un nuevo libro que hable de los acontecimientos del 19, 20 y 21 de diciembre del 2001. No podemos siquiera sospechar el titulo. Yo me atrevo a soplarle a su fantasma al oído “diez años no es nada” ya que ese improbable titulo tiene ese gift tanguero e inevitablemente melancólico que sirve para ilustrar la desgracia y la resistencia de los que están dotados, aquellos que luchan, los hombres y mujeres que colmaron la plaza y las esquinas de la argentina por esos calurosos días de diciembre.
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Pero sigamos imaginando, permitámosnos el soñar desproporcionadamente ¿Qué diría de la seguidilla de presidentes?, de Rodríguez Saa diciendo que no se iba a pagar un peso más de la deuda externa y al otro día arreglando con toda la usura internacional, los patacones de Duhalde, la epidermis de un país que de la noche a la mañana por negligencia y soberbia de los que mandaban se convertía en un despojo de hechos trágicos. El puente pueyrredon  parecería Kabul, Buenos Aires sería por aquellos días como lo que es Grecia en la actualidad, con una economía en bancarrota, levantados sus estudiantes en lucha, tanto acá como allá, el país se convertía en un escenario de guerra sin cuartel contra el poder.
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Pasaron diez  años y la historia se disparó una vez más casi sin sentido como suele hacerlo y el mundo se ha “argentinizado” en estas navidades. En otro sitio del globo les toca el oprobio y la locura que causan los mismos de siempre. Al menos en esta Argentina del 2011 actual, mal que mal, los argentinos tendrán una feliz navidad con la casa más o menos en orden. Lo de diciembre del 2001, pasó como pasa todo pero no se olvida ni se olvidará.

A los caídos en la plaza del congreso, a Maxi kosteki y Dario Santillán .      
Javier Cardoso   

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