domingo, 17 de marzo de 2013

La lucha de los papeleros de Azul en Otro Viento


Reproducimos artículo del azuleño Enrique Rodríguez en la revista digital Otro Viento Dejar de Informar, para empezar a Comunicar, en el que se refiere a la causa papelera, a un año de la toma de la fábrica, rumbo a la gestión obrera.

La lucha de los papeleros de Azul



Enrique A. Rodríguez, en Otro Viento
La ciudad de Azul muestra en su composición social una dicotomía propia de cualquier poblado nacido del patrimonio de grandes terratenientes: por un lado la ostentación desenfadada de los que más tienen -agrios agrarios que, en verano, se pasean en cuatriciclos por el asfalto-; por el otro, la sumisión inveterada de los que menos, acostumbrados a recibir órdenes sin que medie reflexión alguna. No obstante la papelera, hoy Cooperativa “Pachi Lara” –nombre adoptado en honor a un compañero de la planta que en la desesperación de no poder proveer a su familia optó por quitarse la vida- aparece en este contexto como un entre-lugar, como un espacio alternativo en el cual se cocina a fuego lento una nueva manera de comprender las relaciones del hombre con el hombre.



El festival que tuvo lugar el miércoles 23 de enero con motivo del cumplimiento de un año de toma de la fábrica (más otros cuatro meses desde el cese de pago de sueldos) fue un éxito rotundo si consideramos sus fines inmediatos: recaudar fondos para el sostenimiento de las familias de los trabajadores, a los que se les adeudan hasta cincuenta mil pesos; reparar máquinas esenciales para reactivar la producción, y también poner de manifiesto que la lucha se mantiene en pie contra todo tipo de obstáculo imaginable. Estos trabajadores –que comenzaron siendo una veintena y fueron mermando en número debido a la necesidad imperiosa de generar algún ingreso mientras se encuentran completamente desamparados, abandonados por sus empleadores (Jorge Escavuzzo, Abel Amaya, incluyo sus nombres por si alguna vez se cruzan por el camino de alguno)- son hoy los verdaderos quijotes de esta “Azul: ciudad Cervantina”. Ellos sostienen su lucha -son curiosos los caminos del Señor- en las mismas instalaciones donde funcionara un viejo molino del siglo XIX “La estrella del Norte”. No hay duda alguna de que los reflectores hoy destinados, apenas a unas cuadras de la papelera, a iluminar un costoso Quijote de lata articulado por la excentricidad de Regazzoni (quién por otra parte ha contribuido por un módico precio a engrosar el capital cultural de algunos snobs locales) debieran apuntarse al edificio de la fábrica, para que ya nadie pueda desentenderse de lo que allí está pasando.

La situación es tan sencilla como compleja, porque así de contradictoria es nuestra organización social. Por un lado, trece trabajadores resistiendo para recuperar lo que en algunos casos ha sido su única fuente de trabajo en sus vidas (algunos empleados cuentan con más de treinta años de servicio), peleando todos para sentirse nuevamente dueños de sí mismos, viviendo del producto de su esfuerzo y ya no de la limosna municipal –porque otra cosa no representa el pobre subsidio de mil trescientos pesos que se logró arrancar a la versión local del paquete Nac & Pop, luego de varias manifestaciones y presencia militante en las sesiones del Concejo Deliberante-. Sólo ellos, y el grupo de movimientos sociales, partidos políticos y sindicatos que acompañaron el reclamo irrevocablemente desde el comienzo (Partido Obrero-UJS, ATE-CTA Germán Abdala, concejales del FAP, Juventud Radical, Fecootra, APDH), son los responsables de que hoy exista una cooperativa de trabajo llamada “Pachi Lara”. Sólo por no haber dado por muerto lo que no estaba muerto (demostrando claramente que lo que tuvo lugar allí fue un “lockout” patronal y que la fábrica es rentable, hecho que ha sido refrendado con la propuesta de la UNICEN de trabajar junto a los papeleros para estudiar el mercado potencial de sus productos con un equipo de especialistas). Del otro lado, del lado del capital, están los patrones: Scavuzzo-Amaya y por supuesto, la ley. Fue larga la historia con la Justicia. Idas y venidas burocráticas para declarar la quiebra de la Sociedad Anónima (audiencias que probablemente no hubieran tenido ningún éxito de no haber sido acompañadas por organizaciones sociales, partidos políticos y vecinos comunes –estos últimos los menos). A mitad de año aproximadamente, hubo una designación de un “administrador judicial” para que constatase la situación en la que se encontraba la planta, es decir que el lugar se mantenía en pie solamente por el esfuerzo y la presencia permanente de los trabajadores (no faltaron las amenazas de desalojo y la presencia policial), con la intención de que fuera puesta en funcionamiento con la participación de un delegado patronal. Proyecto que quedó finalmente trunco, por fortuna.

La quiebra fue declarada en Noviembre y significó un paso gigante en el camino a la expropiación, aunque hasta el día de la fecha no se haya concretado. Grandes dificultades deben ser sorteadas aún: la ley de quiebras contempla la herencia de las deudas contraídas por los patrones, por lo cual la cooperativa antes de comenzar a funcionar ya se encuentra en déficit. La compañía eléctrica local “CEAL”–que había prometido a través de la figura de su presidente que proveería el servicio dadas las circunstancias tan especiales- hoy sólo atina a reclamar lo que se le debe como cualquier compañía. Claro, ¿qué esperabas? ¿Compasión? ¿Compartir el pathos? ¿Acaso somos todos seres humanos? –“¡Voy cumpliendo como puedo, yo trabajo acá!”.

Murga Purga.
Como cronista de Otro Viento, como ex vecino de la ciudad de Azul, me adentro en bicicleta por la calle Laprida en el barrio donde se asienta la Papelera. Me encuentro a pocos metros de la costanera, desde donde se puede apreciar el curso –a veces pacífico, otras no tanto- del arroyo Callvú Leovú. Pienso dos cosas:

1) Las tres inundaciones que sufrió la ciudad fueron capaces de despertar el sentimiento de solidaridad de la comuna casi de modo automático, incluso a la distancia fue causa común reclamar al Municipio para que tomara cartas en el asunto, que hiciera lo que tuviera que hacer (se percibió como una responsabilidad natural, como una obligación política). En cambio un reclamo justo, razonable, por la restauración de la fuente de trabajo y el sustento de trece seres humanos ha tardado un año en calar en el ánimo de los azuleños – y no de todos, claro. Surge la pregunta necesariamente: ¿Conmueve más lo que es de algún modo “inevitable”, en este caso una catástrofe natural, que lo que puede ser resuelto por nuestras propias manos? ¿Qué grado de cinismo es necesario para responder que sí? ¿Nos une el espanto frente a una desgracia de origen natural y no obstante permanecemos inmutables ante un hecho de injusticia, que no hay duda, es del orden de lo político-artificial, y por ello –uno creería- más sencillo de solucionar?

2) La tierra seca de chupar puro sol de enero y el pedregullo rebotando contra las gomas, mientras esquivo algún que otro pozo, vuelven a esa calle metáfora. Uno advierte que se adentra en otro lugar. Porque para ello se emplea un camino poco transitado, de un barrio que pertenece a otra gente; gente que raramente uno tendría la chance de cruzarse por el centro comercial si no fuera por el bonapartismo de alguna gestión municipal en un esfuerzo patético de conciliar diferencias materiales cediendo algunas veces al año un espacio geográfico a la cultura popular (se han festejado allí los carnavales de febrero siempre y cuando las buenas señoras no se quejen lo suficiente de los ruidos y los desmanes).

El cartel en la esquina, casi como en los dibujos animados, anuncia “fábrica tomada” y apunta (tiene forma de flecha, de las que usaban los pueblos originarios que vivían también en el Azul cerca de esa zona, pero del otro lado del arroyo) hacia la entrada principal de la papelera. Allí, un militante del PO me recibe con una caja en forma de alcancía, “es a colaboración”. Del otro lado nomás ya se amontonan las bicicletas, atadas en las columnas de la galería de lo que alguna vez fuera, especulo, la administración del lugar, o alguna oficina. Allí mismo funciona también el baño común. Me asombra la cantidad de gente presente, y también el clima, el aire está inusitadamente cálido para esa hora de la tarde, aunque sea verano. Me figuro que hoy el clima y la gente han hecho causa común, el calor se debe al deseo compartido de que este lugar se ponga finalmente en funcionamiento, y el asunto de la papelera sea a la vez, una especie de mal sueño del que se ha despertado y también ejemplo de lucha, organización y perseverancia para todos aquellos que alguna vez se encuentren en la desafortunada situación de perder su fuente laboral en este país.

A unos metros del galpón principal donde ya tienen lugar las primeras manifestaciones artísticas (actuaciones declowns, malabares y acrobacias sobre telas) un histórico vecino del Azul es quién primero merece mi atención. Silencioso como un sabio oriental, los trazos que surcan su rostro no pueden ser otra cosa que tiempo bien masticado. Es Tello, astrónomo aficionado que amablemente cede su telescopio a niños y adultos, calibrándolo a cada momento para que puedan aprovechar la oportunidad de cielo despejado y así observar la luna y, un poco más alejado, a Júpiter con sus cuatro satélites. También para que vean “las imperfecciones de los astros cuya constatación casi le costaron la vida a Galileo”, bromea. Reímos, porque es una noche pensada para reafirmar derechos, sí, pero también para olvidar un poco el malestar.

Mientras compro algo para tomar en la cantina papelera, instalada en el galpón principal, comienza a emerger de entre el público una cuerda de candombe. Confirmo con gratitud que dos de sus integrantes son viejos conocidos; siento que estoy en el lugar correcto, en el momento indicado (aunque no puedo probarlo) pero ¿dónde podría uno sentirse más a gusto que entre gente que se mueve por repudio a la injusticia? La sección rítmica se despide aplaudida luego de dos números y comienza a caer la noche. La claridad de la luna es ahora la responsable de las sombras en el suelo, fuera del galpón principal.

En la vida de un hombre cada uno de sus actos no responde a un solo principio ético (quien pueda autoproclamarse coherente absoluto simplemente no ha sido todo lo auto-crítico que debiera ser). Aquí cada persona, cada grupo tiene también sus propias convicciones políticas y entiende el conflicto desde su propia ideología. En esta lucha reúnen esfuerzos desde enero del 2012 militantes trotskistas, jóvenes radicales, dirigentes del FAP, filo peronistas y hasta pasó algún partidario K pseudo-desencantado. Sin entrar en más detalles, podría decir que ver tanta heterogeneidad hace sentir inadecuada una caracterización de lo real que pueda trazarse desde cualquier tipo de pensamiento binómico. No obstante, parece ser deseo humano desterrar toda contradicción para reemplazarla por un orden inmaculado, sólo que de nuevo, todos discrepan acerca de la naturaleza de las manchas. La vieja historia de la doxa versus la episteme, la opinión contra el conocimiento, sin resolver.

Los representantes de las distintas fuerzas políticas toman la palabra para saludar la lucha, refrendarla y detallarla para los menos enterados. Se cuentan entre los asistentes varios representantes de las diferentes comisiones vecinales de Azul. Esta vez el festival (que es el tercero o cuarto) parece haber adquirido genuino carácter comunitario. Es emotivo el instante en que el presidente de la Cooperativa “Pachi Lara” –Elisen Pereyra- toma la palabra (como tantas otras veces en las asambleas, declaraciones a la prensa e intervenciones frente a la Justicia) y asegura: “La papelera se pondrá en marcha, aunque a algunos no les guste”. La aclaración no es exagerada, estamos en una ciudad que se precia de despreciar las fábricas “para que no se acaben las sirvientas”. Agrios agrarios.

Antes de que comience el momento destinado al canto folclórico a cargo de un artista local (todos los artistas son azuleños solidarizados con la lucha) tiene lugar un hecho inesperado, al menos para mí. Al ritmo de tambores, bombos y platillos se abre paso por la entrada principal una murga compuesta de una treintena de personas. Al punto advierto que es una de las murgas que se encontraban ensayando en el barrio, preparándose para los carnavales de febrero (corsos 2013). Así se sella, espontáneamente, el carácter netamente popular del evento y se percibe en el aire que el camino elegido es el correcto: cooperativa de trabajo independiente del estado nacional, provincial o municipal. Autogestión para asegurar horizontalidad en un ámbito de esta índole.
El ritmo es en verdad atronador, apenas permite intercambiar palabras con otro por más que se encuentre al lado. Así siento en propia carne lo que me dijera un amigo músico: “En los tiempos en que no había electricidad, la manera más común de hacer oír la música era tomar algo que resonara mucho y golpearlo con ritmo”. Idea que evoca también la sentencia de Sábato quien dijera que “la primera manifestación artística del hombre debe haber sido el baile, expresión corporal del ritmo”. Es en verdad increíble el hipnotismo que puede provocar la repetición de un patrón sonoro ¿qué ritmo se habrá trabado en la cabeza de los funcionarios municipales que juegan a ser ciegos sordos y mudos frente a este problema político y social, de gran envergadura para una ciudad como Azul?

Reanudado el orden del programa aparece en escena “la voz de la tierra”, la afirmación de ese tan complicado demostrar “ser nacional”. Complicado porque es difícil pensar que colores de banderas, de piel, límites y fronteras puedan separar de tal modo a los hombres, como si con esas contingencias se corrompiera la esencia, implantando en su lugar algún recuerdo esquivo, mítico-originario: como si ladrones y explotadores “cipayos” se pudieran contar sólo entre una verdadera nación de piratas como la inglesa, y no los hubiera a la vuelta de la esquina, o formando las filas contables de un municipio perdido en la provincia de Buenos Aires.

Acto seguido los más jóvenes participan interpretando canciones de contenido social -¿”de protesta” se dice?- apoyados en una estética rockera que es quizás el destino de una generación criada en los 90 y que intentó escapar de las fauces de la industria cultural de “un dólar, un peso”. “5 litros” en formato dúo batería y guitarra, repite el punzante y provocador estribillo “Chávez, Chávez” en un contexto más que adecuado; “Vengadores de Tupac” lo sigue con una alineación tradicional de rock eléctrico. Lanza poderosos riffs que reverberan en los techos de chapa del galpón de la fábrica. Hacen honor a su nombre a través de las letras de sus temas.

Ya sobre el final de la noche, los encargados de poner los cuerpos en movimiento son “Los caballeros del ritmo” que interpretan varios clásicos de música tropical con evidente pasión. Escucho a unos metros a dos personas discutir acerca de la legitimidad de este tipo de música, sus argumentos dan cuenta de que ellos también se dedican a este arte. Uno piensa que para tocar y tener una banda hay que estudiar, “pelarse el culo en la silla”, hablando mal y pronto. El otro está de acuerdo, pero advierte que no todo el mundo tiene la misma chance de estudiar un instrumento, mucho menos de aprender a leer lenguaje musical y rescata la forma singular que ha desarrollado la cumbia en nuestro país. Inspirándose en ritmos de los trópicos ha incorporado una serie de texturas y sonidos especiales merced a la introducción de sintetizadores y baterías electrónicas, recursos típicos de bandas como “Damas Gratis”, y eso “aunque no te guste, lo vuelve particular”. “Claro, pero no lo hace bueno” responde el antagonista. Las diferencias se diluyen amistosamente gracias a la cerveza compartida, pero como en cualquier discusión humana, es claro que ambos siguen pensando lo mismo que al principio.

Varios papeleros tienen entonces la chance de poner a un lado tanto tiempo de reclamos escuchados a medias y negociaciones frías, para perderse en el regocijo universal de miradas intercambiadas entre hombres y mujeres. Como si nada malo pasara, como si el tiempo pudiera detenerse allí mismo.
El festival se extendió hasta primeras horas de la madrugada, dejando un saldo favorable a la causa papelera y sirviendo como bocanada de aire fresco en medio de una realidad social asfixiante. No sé por qué me resuenan aún otras palabras de mi amigo músico: “El arte libera al hombre” me dijo, y yo, escéptico le respondí (porque él estaba allí presente, no lo había mencionado) “puede ser”. No quiero ponerme a discutir en ese momento sobre arte y determinación económica, porque no viene al caso. Allí sólo veo seres humanos que necesitan una salida concreta a un problema que los aqueja hace año y medio y que ningún Estado ha siquiera esbozado intención de resolver. Hoy su salida se llama “cooperativa Pachi Lara” –saludada enfáticamente desde Neuquén a través de un comunicado por ese otro ejemplo de autogestión obrera: la cerámica recuperada “Zanón”.

Pienso que todos los asistentes al festival podemos estar de acuerdo en una cosa, apoyamos esta lucha por una razón esencial: es justa, pero también porque no se ha dado el brazo a torcer ni en el peor momento, incluso con fallos judiciales en contra que privilegiaron el derecho a la propiedad por sobre el derecho al trabajo; con vecinos del Azul opinando desde la más completa y desembozada ignorancia que Pachi se quitó la vida por cobardía; porque se atravesó lo peor con éxito inusitado en esta región de indiferencia sojera, de cultive-lo-que-quiera-como-quiera-y-mañana-vemos-si-queda-algo-para-el-futuro. Todos los asistentes, lo sé, se llevan también una certeza: los papeleros no tardarán en poner en marcha la fábrica. Si han llegado hasta acá es porque tienen lo que se necesita para hacerse respetar como seres humanos. Mientras tanto muchos otros, que les dan la espalda, celebran obtusamente el modelo oficial de limosna transgénica y filantropía hipócrita.

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