martes, 23 de agosto de 2011

Elecciones, hegemonía y lucha ideológica

¿Qué hacer?

Grav
Interesante análisis marxista sobre el resultado electoral y las debilidades de la Izquierda. Las Rozas tomamos de Rolando Astarista su columna y trajimos a nuestro espacio para el debate. A leer y a pensar.


Por Rolando Astarita.
Aunque es alentador que el Frente de Izquierda haya superado el piso del 1,5% de votos en las primarias, no debería pasarse por alto el panorama de conjunto. El pasado 14 de agosto menos del 3% del electorado votó por una alternativa radical de izquierda; más del 95% de los votantes apoyaron a partidos y candidatos defensores del sistema capitalista. Los defensores del capitalismo son respaldados hoy, con la economía creciendo a altas tasas, pero también lo fueron en años de crisis, como 1989, 1995, 1999 y 2009. Asimismo, recibieron un voto masivo en 2003, cuando estaba fresco el recuerdo del levantamiento contra De la Rúa; o en 1973, cuando había un fuerte ascenso de luchas sociales. En una palabra, la burguesía demuestra su capacidad para encauzar movimientos populares en los marcos de la legalidad burguesa, y para legitimar regularmente sus mecanismos de dominio. El hecho de que prácticamente la totalidad de la población respalde a partidos y candidatos enemigos del socialismo es más relevante para el análisis marxista, que el 50% que obtuvo el gobierno. Tras décadas de fuerte trabajo político, e inmensos esfuerzos, la izquierda radical no ha logrado apoyo significativo en la población. Tal vez esto pueda explicarse en parte por fenómenos objetivos (por ejemplo, por los efectos de la caída de la URSS y otros regímenes llamados socialistas). Sin embargo, también remite a las problemáticas, tradicionales entre los marxistas, de la función de la ideología, de las construcciones de consenso y hegemonía, y las formas de enfrentarlas críticamente. En lo que sigue me apoyo en algunos textos casi “clásicos” de marxistas, como Poulantzas, Milliband, Therbon, además de la presentación de Thwaites Rey; con esto estoy diciendo que no pretendo tener ninguna originalidad, simplemente quiero “refrescar” algunas cuestiones que pueden ser útiles a la hora de debatir la táctica de los socialistas.




Luchas sociales, ideología y hegemonía

Empiezo por el problema planteado por muchos dirigentes y militantes, a saber, que existe un pronunciado desfase entre el rol que cumple la izquierda en las luchas sociales, y la escasa adhesión que despiertan sus propuestas políticas. La pregunta que una y otra vez se formula la militancia es: ¿por qué en una movilización por reivindicaciones la izquierda puede jugar un rol importante, pero cuando la misma demanda se incorpora al programa de una organización, esta no es apoyada por los trabajadores? Parece que estamos ante una contradicción entre lo que hacen y lo que piensan las masas populares cuando deciden su preferencia política. De ahí que el desafío se plantee en términos de cómo superar esa contradicción. Y la solución que con mayor frecuencia se propone es intensificar la agitación en torno a las demandas sentidas. Se piensa que insistiendo en la agitación por salarios, jubilaciones del 82%, etc., se logrará establecer el puente entre las luchas sociales y el, por ahora, ausente apoyo político. Sin embargo, pasan los años, los sectores populares saben que la izquierda defiende demandas muy sentidas, y siguen sin volcarse de su lado.

Pues bien, pienso que en esta visión se está pasando por alto un factor clave de la lucha de clases, que es la complejidad que presenta la ideología, articulada con su rol en el sostenimiento de la dominación burguesa. Recuerdo que, según Poulantzas, la ideología es un conjunto de representaciones, valores y creencias con coherencia interna, que conciernen al mundo en que viven los seres humanos, a sus relaciones con la naturaleza, con la sociedad, con los otros seres humanos, con su propia actividad económica, política o de otro tipo. De manera que refleja la forma en que los hombres viven sus condiciones de existencia y sus prácticas, y por lo tanto está presente en todas las prácticas sociales, incluidas las luchas de los explotados y los oprimidos. Lo cual es vital para el análisis político, ya que la ideología oculta las contradicciones reales y reconstruye un discurso relativamente coherente, que da form a a las representaciones de los seres humanos. Oculta las contradicciones porque en la sociedad capitalista las prácticas están relacionadas a las formas mercantiles, que son necesariamente opacas. Pero por esta razón, tiende a mantener y asegurar la cohesión de la explotación y el predominio de clase, y por esto también, no puede ser superada con esa misma práctica. Por ejemplo, de la experiencia repetida de la venta de la fuerza de trabajo al capital, no surge necesariamente ninguna crítica al concepto ideológico de “el salario es igual al valor del trabajo”. Los trabajadores podrán considerar que su salario es, o no, “digno”, pero de aquí no se saca ninguna conclusión necesaria acerca de la explotación.

Estas observaciones sobre el carácter de la ideología y su rol a su vez son indispensables para abordar la cuestión de la legitimidad de un sistema político. La legitimidad alude -seguimos de nuevo a Poulantzas- al impacto político que tiene la ideología dominante; más en particular, al modo en que las estructuras políticas son aceptadas, o consentidas, por los actores sociales, incluidos los explotados y las masas populares. Es esta capacidad de la burguesía para legitimar su dominio mediante el apoyo popular lo que subrayaba Gramsci cuando insistía en que la clase dominante ejerce su poder no sólo por medio de la coacción, sino también “porque logra imponer su visión del mundo, una filosofía, una moral, costumbres, un 'sentido común' que favorecen el reconocimiento de su dominación por las clases dominadas” (Thwaites Rey, 1994). Por eso, la supremacía de la burguesía no se debe únicamente a la existencia de un aparato de coerción -el Estado en el sentido clásico, leninista- sino también a una compleja red de organismos e instituciones insertadas en la sociedad civil, que organizan el consenso de las clases dominadas, permitiendo la reproducción del sistema de dominación. Esta red de instituciones abarca los partidos de masas, el sufragio universal, los sindicatos, la iglesia, las instituciones educativas, las asociaciones intermedias y populares (barriales, sociedades de fomento), etc. Es en este complejo entramado, que Gramsci concebía superando los límites del Estado en sentido estricto, que se asienta la hegemonía (Milliband, 1985; Thwaites Rey, 1994). Por eso ésta puede definirse como “un orden en el cual es dominante un determinado modo de vida y de pensamiento, en el cual un concepto de la realidad está difundido a través de la sociedad en todas sus manifestaciones constitucionales y privadas, informando con su espíritu todos los gustos, la moral, las costumbre s, los principios religiosos y políticos y todas las relaciones sociales, particularmente en sus connotaciones intelectuales y morales” (Gwynn Williams, citado por Milliband, p. 174, nota). En la medida en que existe hegemonía, la clase dominante (alternativamente, una fracción de clase) logra hacer pasar sus intereses particulares, como intereses del conjunto de la sociedad.

Formas de hegemonía y lucha ideológica

A partir de lo explicado, se puede avanzar al análisis de las diversas formas y grados en que se ejerce la hegemonía. Así, puede haber una adhesión activa de la mayor parte de la población, o de sectores amplios, a una determinada política, defendida por alguna fracción de la clase dominante. Algo de esto puede advertirse en la adhesión de sectores de la juventud al gobierno K. Pero también hay formas más atenuadas de hegemonía, como cuando se impone un cierto conformismo en las masas, ya que éstas aceptan la función que le cabe a la burguesía “como clase respecto al conjunto de la sociedad” (Thwaites Rey, 1994). Por otro lado, pueden distinguirse diversas fuentes de legitimación de la supremacía burguesa. Por ejemplo, Thwaites Rey señala la importancia de que existan bases materiales para que la clase dominante convenza a las demás clases de que encarna el interés general. El desarrollo de las fuerzas productivas es en es te respecto importante; aunque hemos visto que la clase dominante también reproduce su hegemonía en condiciones de crisis. También se ha señalado (Perry Anderson) el rol de la democracia burguesa, con su ficción de que el gobierno representa la “voluntad popular”. Otras fuentes de legitimación y hegemonía son el nacionalismo, en cualquiera de sus formas. La imagen de la última campaña electoral, de una presidenta rodeada de banderas argentinas, con jóvenes cantando el himno y una voz hablando “del país recuperado en su autoestima”, es apenas una muestra de cómo la clase dominante se esfuerza en esta construcción ideológica. Así como el rol “profundamente funcional e integrativo” que desempeña la religión en relación al orden social y económico existente (Milliband). Los modos en que esto se manifiesta, por supuesto, siempre son diversos. Van desde el mensaje de la Iglesia (mejor dicho, las iglesias) en favor de la concordia entre las clases y la resignación, hasta la abierta identificación de los políticos burgueses con lo religioso (en extremo, el gobernador Scioli y su “creo”; el mensaje de Carrió, etc.). Todo confluye a conformar el cemento ideológico de la “unidad nacional”; en la cual, naturalmente, los críticos y subversivos no tienen cabida.

Además, como destaca Thwaites Rey siguiendo a Therbon (1987), el domino ideológico adquiere múltiples formas: la adaptación, que implica el conformismo; es la idea de que lo existente es inevitable porque no hay alternativa. La representación, esto es, que los dominadores dominan a favor de los dominados (componente esencial del discurso PJ, radical, macrista, etc.). También se puede dominar con el sentido de la deferencia, cuando se piensa que los dominadores poseen cualidades superiores que los califican para dominar. Asimismo está la dimensión del miedo a las represalias, a quedarse sin trabajo. En una sociedad basada en la propiedad privada de los medios de producción, no es factor despreciable. Marx señalaba en este respecto no solo el papel de los ejércitos de desocupados, sino también la amenaza que pende sobre los trabajadores del abismo de la marginación y el pauperismo. A lo que se suma la memoria histórica (por ejemplo, ¿qué les pasó a los chilenos cuando quisieron avanzar al socialismo por vía pacífica?, y similares). También se puede mencionar el sentimiento de resignación, que es cuando no se ven posibilidades de cambio.

Una de las consecuencias más importantes que se derivan de esta situación es que la burguesía tiene una gran capacidad para regenerar alternativas que reencausan las olas de descontento popular en los límites del sostenimiento de la propiedad privada del capital, siempre despertando expectativas de cambio. A esto parece contribuir en una medida no desdeñable la constante generación de enfrentamientos, que se presentan como fundamentales, entre corrientes burguesas (o pequeñoburguesas), pero no atañen a nada verdaderamente fundamental. Por ejemplo, las discusiones entre estatistas y privatistas; entre proteccionistas y librecambistas; entre los que dicen que lo esencial es acabar con la corrupción, y los que sostienen que lo principal es la liberación nacional; entre los que plantean que “el gran problema” son los medios de comunicación opositores, y los que responden que es el afán hegemónico del gobierno; entre los que quieren devaluar, y los que desean apreciar la moneda; etc. La lista es larga, pero lo importante es que estas antinomias contribuyen a reforzar la malla en la que se encierra el debate y la búsqueda de alternativas.

La crítica marxista

Todas estas cuestiones son bastante conocidas, pero las subrayo para plantear que es imposible superar la contradicción “luchas sociales – apoyo político a la burguesía” si no se parte de reconocer que los problemas derivados de la legitimación y el consenso son complejos, y que no serán superados mediante el “ascenso lineal” de las luchas, y la agitación de consignas. Si la ideología es inherente a toda práctica social, la práctica reivindicativa por sí misma no generará la superación de la ideología dominante. Por eso, sólo en lucha contra la ideología dominante, burguesa, puede establecerse una ideología critica y socialista en la clase obrera; o por lo menos, en un sector importante de la clase obrera. Por lo cual se plantea a los socialistas de qué manera se mantiene la actitud crítica.

El tema es complejo, y estoy lejos de tener las respuestas; solo puedo esbozar algunas de las cuestiones que deberían integrar la agenda de preocupaciones. Entre ellas, tal vez la más importante, es ser consciente de que siempre sobrevuela el peligro de realizar la crítica en los límites definidos por la ideología dominante. Un ejemplo paradigmático, y frecuente, es cuando la izquierda acepta la idea de patria, con la intensión de “superar” a la clase dominante en intensidad patriótica (“somos los verdaderos defensores de la patria”, etc.). Otro caso lo encontramos cuando se pide el voto para solucionar los padecimientos y problemas de las masas populares desde el Parlamento, o desde alguna posición dentro del Estado burgués. No hay manera de quebrar la ideología dominante por esta vía. Otra forma es cuando la izquierda asume como propia algunas de las líneas a través de las cuales se desenvuelven las tensiones y choques habituales entre las fracciones de la clase dominante. Por ejemplo, tomando partido por el estatismo; por el proteccionismo; por la burguesía industrial (o por la burguesía agraria); etc. Si bien en determinados conflictos la izquierda tiene algo que ganar haciendo unidad con una u otra fracción (podemos pensar en una lucha por libertades democráticas, por ejemplo), son más los casos en los que es más importante realizar una crítica de conjunto, sin tomar partido por ninguno de los bandos en pugna (por ejemplo, como hicieron organizaciones de izquierda cuando fue el conflicto del gobierno con el campo).

Por otra parte, debido a que la dominación ideológica puede tener múltiples facetas, muchas veces combinadas, siempre habrá que tomar en cuenta sus especificidades, para generar una crítica con argumentos razonados. Esta tarea demandará seguramente un esfuerzo colectivo, que puede partir de la revisión y sistematización de una literatura crítica ya disponible, y a veces poco conocida. De todas maneras, lo central que deseo plantear aquí es que este aspecto de la lucha está ausente, o extremadamente debilitado en la izquierda argentina. A veces, porque se niegan las dificultades, o la realidad misma que hay que explicar. Por ejemplo, si la economía está creciendo al 7% anual promedio desde 2003, es muy difícil que se pueda convencer a mucha gente diciendo que el sistema capitalista está “en disolución”. De la misma manera, si los partidos de la burguesía obtienen apoyos abrumadores, es poco creíble que el sistema po lítico se esté “descomponiendo”. En otras ocasiones, los argumentos casi no se presentan. Por ejemplo, la denuncia razonada de que la democracia burguesa consiste en la dictadura del capital, parece imprescindible, pero se escucha pocas veces. Incluso algunos partidos de izquierda reclaman periódicamente la convocatoria de una Asamblea Constituyente, como si ésta no fuera a repetir la mecánica y composición del parlamentarismo vigente. Tampoco se advierte que en la propaganda de la izquierda tenga algún rol destacado la explicación -a nivel “popular”- de en qué consiste la explotación; o de por qué una clase social vive a expensas del trabajo de otra clase social. También está diluida la denuncia del carácter mistificador de muchos discursos de circulación corriente; por ejemplo, los que dicen que la solución de los males de los explotados pasa por acabar con la corrupción. Menos todavía se escuchan o leen críticas al nacionalismo patriotero, que campea en todos los foros burgueses y pequeñoburgueses.

Una tradición militante y socialista

Lo que estoy planteando se inscribe dentro de viejas tradiciones del socialismo de fines de siglo XIX y principios de siglo XX, y constituyó un elemento no despreciable que contribuyó a que por primera vez en la historia hubiera una ideología de masas (en una franja significativa de la clase trabajadora y la juventud), alternativa a la ideología de la clase dominante. Los militantes y dirigentes socialistas eran conscientes de esto. Por ejemplo, en su famoso folleto ¿Qué hacer?, Lenin destacaba, siguiendo a Engels, que la lucha teórica tenía la misma importancia que las instancias económica y política. Por entonces, a ningún líder socialista se le ocurría que bastaba con agitar consignas para superar la ideología burguesa. Refiriéndose a esta actividad, Trotsky escribía, en 1910: “Día tras día la prensa socialista -teórica, política, sindical- revisa los valores burgueses, grandes y pequeños, bajo el prisma del mundo nuevo. No hay una sola cuestión de la vida social (matrimonio, familia, educación, escuela, Iglesia, ejército, patriotismo, sanidad pública, prostitución), en relación con la cual el socialismo no haya contrapuesto sus concepciones a las concepciones de la sociedad burguesa. El socialismo se expresa en todos los idiomas de la humanidad civilizada. En sus filas trabajan y luchan personas de diversa formación intelectual, de distintos temperamentos, de diferente pasado, con relaciones sociales y hábitos vitales variados” (Trotsky, 1974, pp. 180-1; énfasis agregado). Es indudable que la lucha ideológica insumía una parte importante de las energías de los socialistas. Dejemos apuntado también que, como señalaba Trotsky, esta batalla ideológica exige despojarse de miserias sectarias, a fin de integrar gente interesada en hacer avanzar el conocimiento científico. Una idea que también estaba presente en Engels, cuando aconsejaba difundir entre el pueblo la literatura atea militante del siglo XVIII (lo recuerda Lenin en “La significación del materialismo militante”, de marzo de 1922).

Los alcances de la lucha ideológica

Habiendo planteado la relevancia de la lucha ideológica, es necesario explicitar sus limitaciones. Es que la ideología se levanta sobre la fuerza material de lo económico, y esto fija los límites de lo que puede obtener la clase obrera en el seno de la sociedad capitalista. Como explicaban Marx y Engels: “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo,su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente. Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes” (p. 50). No h ay motivos para decir que la situación actual es distinta, en algún grado sustancial, de lo descrito por Marx y Engels en este famoso pasaje de la Ideología Alemana. Por esta razón la clase obrera no puede imponer su hegemonía -esto es, tomar el predominio ideológico sobre el conjunto de las masas populares- antes de la conquista del poder político. Incluso muy posiblemente solo sea posible ganar para las ideas marxistas (o por lo menos, para algunas de las ideas básicas del marxismo) solo a una parte de la clase obrera. Pero aun esto puede ser decisivo para comenzar a inclinar la balanza a favor del socialismo. Sin algún nivel de “masa crítica” (digamos, un porcentaje más o menos significativo de la clase trabajadora), parece difícil que se pueda comenzar a revertir la situación. Y esta “masa crítica” no se obtendrá si se persiste en negar la relevancia de la lucha ideológica y teórica.

A fin de evitar falsas polémicas, subrayo todavía que la batalla en el campo de la ideología es necesaria, aunque no suficiente; del mismo modo que es necesaria, pero no suficiente, la agitación por demandas inmediatas. La vieja receta de combinar la lucha económica, política y teórica, no ha perdido vigencia.

Bibliografía:

Marx, C. y F. Engels (1985): La ideología alemana, Buenos Aires, Ediciones Pueblos Unidos.

Milliband, R. (1985): El Estado en la sociedad capitalista, México, Siglo XXI.

Poulantzas, N. (1985): Poder político y clases sociales en el Estado capitalista, México, Siglo XXI.

Therbon, G. (1987): El poder de la ideología y la ideología del poder, Siglo XXI, Madrid.

Trotsky, L. (1974): Literatura y revolución, Buenos Aires, Yunque.

Thwaites Rey, M. (1994): “La noción gramsciana de hegemonía en el convulsionado fin de siglo. Acerca de las bases materiales del consenso”, en Gramsci mirando al sur. Sobre la hegemonía en los 90, L. Ferreyra, L. Logiudice y M. Thwaites Rey, Buenos Aires, Colección Teoría Crítica, pp. 15-84.

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